Desempleo

El drama humano de quedarse sin empleo

jueves 7 mayo , 2020

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Desempleado | Foto: Pixabay

El trabajo constituye un derecho humano, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (artículo 23), el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (artículos 6, 7 y 8), así como también en otras muchas legislaciones internacionales. Esto así, porque se trata de una actividad que tiene un fuerte impacto en la calidad de vida de las personas, tanto a nivel económico y la satisfacción de sus necesidades primarias, como en lo que respecta a aquellas demandas de orden superior (Abraham Maslow, 1943).

Una de las funciones del trabajo está referida a la necesidad de subsistencia, ya que trabajar garantiza los ingresos necesarios para continuar existiendo. Además, permite la creación de riquezas, a partir de lo cual es posible no solo mantener un estilo de vida, sino también reducir la incertidumbre con miras al futuro.

Por otro lado, trabajar provee de un sentido de identidad y nos hace sentir útiles socialmente, reforzando la autoestima. Cuando trabajamos, desarrollamos nuestras capacidades, aprendiendo nuevas destrezas y habilidades.

Sin embargo, con frecuencia, las oportunidades de conseguir empleo disminuyen. Las fusiones empresariales, las reestructuraciones y las quiebras, amenazan constantemente la estabilidad laboral de millones de trabajadores alrededor del mundo. Esto, sin contar aquellos empleos que se pierden debido a la utilización del outsourcing o subcontratación y el empleo de la tecnología para suplir puestos de trabajo.

El impacto del desempleo en las personas suele ser de mucha consideración, aunque la reacción que se tenga está en función de la edad y la personalidad del afectado, entre otras variables. En primer lugar, perder el empleo genera sensaciones de inseguridad e incertidumbre, puesto que los ingresos disminuyen y se operan cambios en el estilo de vida. No es posible mantener el mismo estatus ni hacer planes para el porvenir. Además, las personas son víctimas del aislamiento, ya que disminuyen sus relaciones y contactos sociales.

La persona que pierde su empleo se siente desvalorizada, en virtud de que ha visto afectado su estatus y su rol tanto en la sociedad como en su propia familia. Esto resulta más dramático en los hombres, ya que las mujeres afrontan mejor las crisis y encuentran alternativas con mucho mayor facilidad.

Todo lo anterior tiene como consecuencia una disminución en la autoestima, frustraciones, desesperanza y sentimientos de fracaso, con pérdida de la autoconfianza y causando fricciones y conflictos en las familias. Este escenario se puede complicar con el surgimiento de cuadros de irritabilidad, ansiedad, angustia y depresión. En casos extremos, el desempleado recurre al consumo de alcohol, entre otras conductas de riesgo. En casos extremos, la persona se involucra en actividades delictivas como último recurso para evitar sucumbir.

Por supuesto, no todas las personas tienen reacciones disfuncionales cuando se quedan sin empleo. En este sentido, hay quienes reciben el apoyo de sus familias, mediante la motivación y preservándole su rol como figura de autoridad. Resulta saludable no exagerar el problema y comprender que se trata de tan solo un momento difícil, asumiéndolo como un desafío que pone a prueba el optimismo, la creatividad y las propias capacidades, incluyendo la de diseñar un plan de acción y salir adelante.

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Ángel Bello

Psicólogo y consultor en Capacitación. Maestría en Gerencia y Productividad. Profesor de la Universidad Católica Santo Domingo.

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