La semana pasada me dediqué a hacer algunos sondeos (nada con rigurosidad científica) en los grupos con los que cotidianamente interactúo durante mis jornadas de trabajo. La pregunta era: ¿sabes cuáles son las funciones de un diputado?
El resultado fue que más de un 95 % de la muestra oscilaba entre aquellos que no tenían la menor idea y los que entendían que estos legisladores son una especie de fusión entre asistencialismo social y alcaldía municipal, atribuyéndoles tareas como regalar raciones alimenticias, canastillas, cilindros de gas propano, medicinas y ataúdes.
Debo admitir que estos resultados no me sorprendieron, sino que, más bien, ratificaron mi convicción de que vivimos en un país donde los electores desconocen su propia Constitución, la cual estipula no solo sus deberes, sino también sus derechos fundamentales, la estructura y el funcionamiento de los poderes públicos y todo lo que deben saber para ejercer un voto responsable.
Esto trae como consecuencia que la mayor parte de los partidos políticos no se preocupen por ofertar candidatos con los perfiles adecuados a los cargos que han de desempeñar. En el caso específico de los legisladores, hemos asistido durante décadas a un deprimente espectáculo donde las boletas electorales nos han presentado, junto a figuras con la preparación adecuada para desempeñar sus funciones con eficacia y eficiencia, los rostros de muchos otros que no están calificados para legislar, controlar y fiscalizar al Poder Ejecutivo, las dos principales funciones del primer poder del Estado.
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Casi todos los ciudadanos piensan que un buen diputado o senador es aquel que presta asistencia a la población en sus necesidades de subsistencia, ignorando que sus sagradas y complejas funciones precisan de mucho más que sensibilidad social y que también demanda de amplios conocimientos en materia de legislación y finanzas, capacidad de análisis, visión sistémica y perspectiva global, entre otras competencias.
Por carecer de estos requerimientos es que muchos políticos han ocupado curules sin haber dejado huellas a su paso por el Congreso Nacional, donde legisladores de incuestionable solvencia moral y sólida formación técnica, contrastan sus notas discursivas y sus acciones con los ruidos ensordecedores de los oportunistas que trafican con la ignorancia del pueblo o que, a pesar de sus nobles intenciones, no supieron alinear sus verdaderas capacidades con el servicio que pueden ofrecer a sus comunidades desde otros cargos.
No pierdo la esperanza de que los tres destacados jóvenes artistas que en días pasados hicieron públicas sus aspiraciones de llegar a ser diputados (entre otros que, de igual manera, han dejado a más de uno perplejos) y haciendo uso de su legítimo derecho a optar por un cargo electivo, comprendan a tiempo (como ya lo hizo uno de ellos) que hay muchas posiciones con otras exigencias desde las cuales se puede forjar una gran obra en beneficio de los segmentos de la población que representan.
En todo caso, si continuaren firmes en sus propósitos, espero que comiencen a demostrarnos que están preparados para desempeñar las auténticas funciones de un legislador, planteándonos propuestas desde esa perspectiva. Si así lo hicieren, habrán validado con su propio ejemplo que son el tipo de legisladores que la juventud demanda y merece: jóvenes, pero también capaces de hacer el trabajo, el que dice la Constitución.
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