El tema de la corrupción constituye uno de los principales puntos en la agenda diaria no solo de República Dominicana, sino de muchos otros países del mundo, ya que se trata de una de las principales causas generadoras de pobreza, falta de oportunidades y desigualdad.
La Real Academia Española, cuando define la corrupción en el contexto de las organizaciones, especialmente en lo referente a las instituciones públicas, nos dice que es la “práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Por su parte, la organización no gubernamental Transparencia Internacional plantea que se trata de “el abuso del poder para beneficios privados que finalmente perjudica a todos y que depende de la integridad de las personas en una posición de autoridad”.
Para el filósofo venezolano Pablo Rafael González, la corrupción “es consecuencia del deseo ilimitado de riquezas de los seres humanos, y se puede definir como la acción que realiza una persona o una institución para procurarse ventajas indebidas, violando las leyes y/o las normas morales”. El también investigador asegura que la corrupción “guarda relación con un instinto primario del ser humano, el instinto de poseer que, a su vez, es parte del instinto de conservación”.
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El comportamiento corrupto ha cautivado la atención de las ciencias de la conducta, fundamentalmente durante las últimas décadas, en virtud de su prevalencia básicamente en los países más pobres, lo cual constituye un lastre para alcanzar el desarrollo humano.
De acuerdo con el neurocientífico cognitivo Neil Garret, de la University College London, un comportamiento deshonesto incrementa su gravedad a medida que se repite, ya que la amígdala (estructura cerebral encargada de activarse y alertarnos produciéndonos miedo frente a los actos reprochables) se inhibe cuando la acción resulta en beneficios y, además, queda impune. La respuesta de miedo se va haciendo cada vez menos intensa y vamos descontando importancia a las normas sociales.
En adición a esto, mecanismos relacionados con la personalidad del corrupto, el procesamiento de la información y los factores sociales nos ayudan a comprender las complejidades del comportamiento corrupto.
En ese sentido, rasgos asociados con la obsesión por el poder, la egolatría, la falta de empatía, el comportamiento antisocial, el engaño, la manipulación y la falta de conciencia moral resultan en factores de primer orden para identificar la personalidad del corrupto.
De igual manera, la incertidumbre ante las consecuencias negativas, las racionalizaciones o justificaciones que tratan de legitimar la falta, las creencias inadecuadas sobre el objetivo del poder y sesgos cognitivos como los de atribución causal (la culpa es del otro), el confirmatorio (buscar y favorecer las informaciones que confirman las propias creencias) y el de optimismo (percepción de bajo riesgo o inmunidad ante el peligro) representan variables que contribuyen a explicar el cuadro.
De acuerdo con Roberto Amador, neurólogo e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, el proceso de socialización se encuentra en las bases del desarrollo moral, puesto que la plasticidad cerebral permite que el niño aprenda mediante la formación del carácter y un sistema de refuerzos que recompense las acciones prosociales y la conducta ética, la cual aspiramos sea la impronta de nuestros funcionarios públicos… de ahora en adelante.
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