Si bien es cierto que los conflictos constituyen el germen de los cambios y el avance hacia otros estadios del desarrollo de los grupos, hay que puntualizar que existen muchos de ellos que en nada contribuyen a lograr dichos objetivos. Por lo contrario, en ocasiones el balance entre las ganancias y las pérdidas resulta en victorias pírricas. Todo el grupo termina agotado y desconcertado.
El caso del Partido de la Liberación Dominicana, y después de haberse producido anoche la alocución del presidente de la República anunciando al país que no buscará modificar la Constitución para repostularse, se nos presenta como un caso representativo.
Resultaron desacertadas las estrategias del equipo asesor del presidente.
Se pecó de miopía estratégica, cuando, con una visión estrecha de los diferentes escenarios, se optó por no tomar en cuenta las evidencias de la inviabilidad de un proyecto como el acariciado.
Los capitanes del barco de la reelección perdieron de vista que la sociedad ha cambiado y que hoy participa de manera diferente en los procesos. No lograron entender que ya no solo es que el Estado controla la vida de los ciudadanos, sino que también cada uno de ellos posee una lupa (se llama "teléfono inteligente") para fiscalizar a sus gobernantes. Ellos no advirtieron que, gracias al desarrollo tecnológico y las redes sociales, los electores se han empoderado y son más exigentes.
Además, ignoraron que hoy la comunidad internacional también nos vigila, por lo que ser parte del concierto de naciones del mundo supone ceder parcialmente nuestra soberanía y rendir cuentas más allá de las fronteras.
Las estrategias pudieron haber generado un impacto mucho más favorable si nunca se hubiese perdido de vista que el adversario de hoy puede ser el aliado de mañana, por lo cual unas emociones mejor administradas hubiesen marcado exitosamente la pauta para el debate y las confrontaciones. Es así como escuchamos a voceros del presidente y del doctor Leonel Fernández asumiendo discursos donde la inteligencia emocional brillaba por su ausencia, resultando en agresiones personales que tan solo profundizaban las heridas al tiempo que polarizaban más las posiciones.
Cabe destacar también la situación de incertidumbre que se generó alrededor de la posible presentación del proyecto de reelección. Los asesores del primer mandatario no midieron las consecuencias que una prolongada y tensa situación de conflicto puede tener en el colectivo social, causando estrés, angustia, ansiedad e irritabilidad, entre otros síntomas. Todos ansiaban escuchar la voz del presidente en una u otra dirección, hasta que, por fin, anoche la nación sintió que volvió a la normalidad.
Estas y otras pifias plantean un gran desafío para los morados en lo que se supone que habrá de ser la etapa del "postconflicto". No son pocos los dominicanos impactados negativamente por la manera tan errática con que se manejó todo el proceso, poniendo al descubierto las debilidades que acusa la organización fundada por el profesor Juan Bosch y sumiendo en un sentimiento de frustración a muchos militantes y simpatizantes del partido de la estrella amarilla. No será fácil enamorarlos de nuevo. Será un reto también el perdón y la reconciliación interna.
Entonces, me pregunto: ¿Era necesario prolongar tanto el conflicto? ¿Valió la pena? ¡Por supuesto que no!