Aunque revestida de solemnidad religiosa, la elección del sucesor del papa Francisco es, en esencia, una decisión política. Detrás de los rituales centenarios y del supuesto soplo divino que guía al cónclave, hay alianzas estratégicas, cálculos discretos y tensiones que reflejan la complejidad del presente de la Iglesia católica.
Desde el martes 7 de mayo, los 135 cardenales con derecho a voto —elegibles hasta los 80 años— se encuentran encerrados en la Capilla Sixtina. Allí, en absoluto secreto, comenzaron a deliberar y votar para elegir al nuevo pontífice. Pero, como ocurre en toda elección, los acuerdos no se improvisan: se arrastran desde semanas, meses e incluso años de conversaciones formales e informales.
De esos 135 cardenales, 108 fueron nombrados por el propio Francisco durante sus más de 11 años de pontificado. Esta cifra ha llevado a muchos a suponer que el llamado "partido de Francisco" tendría una mayoría significativa en la elección. Sin embargo, no hay consenso dentro de la Iglesia sobre la existencia real de un bloque fiel al pontífice fallecido el pasado 21 de abril.
Algunos analistas eclesiásticos sostienen que muchos de los designados por Francisco no comparten del todo su visión de Iglesia, y que reducir la elección a una pugna política sería desconocer la complejidad espiritual, doctrinal y cultural que se juega en el cónclave.
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Aunque surgen nombres muy vinculados a su visión, como el italiano Matteo Maria Zuppi o el filipino Luis Antonio Tagle, los expertos coinciden en que Francisco no dejó a un único sucesor natural. Una situación que contrasta con la percepción que en su momento se tuvo de Benedicto XVI (1927-2022), considerado durante años el evidente heredero de Juan Pablo II (1920-2005) debido al protagonismo que adquirió en ese pontificado.
Y aunque los cardenales más alineados con Francisco son mayoría, los analistas advierten que, si en las primeras rondas surge un adversario con capacidad de aglutinar a quienes se oponen a su legado, ese candidato podría imponerse con un discurso de cambio. En este contexto, "cambio" podría significar un retorno a las tradiciones más conservadoras de la Iglesia.
A medida que avanza el proceso —marcado por sucesivas rondas de votación— se espera que emerjan nuevas alianzas y vetos cruzados. Los bloques en formación no solo responden a afinidades teológicas, sino también a posturas frente a temas como la descentralización de la Iglesia, la apertura pastoral o el papel de las mujeres.
El legado de Francisco, sin embargo, es ineludible. Su visión de una Iglesia más inclusiva, enfocada en los márgenes y crítica de las estructuras rígidas, seguirá influyendo en el perfil del nuevo papa, aunque no necesariamente determine su nombre.
El humo blanco aún no ha salido de la chimenea, pero el peso de un pontificado reformista ya se siente entre los muros del Vaticano.
Con información de BBC Mundo.