El personaje de la serie House of Cards Bill Shepherd fija su mirada y muestra con el dedo una pintura de Harry Brooker, otra del inglés William Hogarth, y una de Chardin, Maison des Cartes (House of cards o Castillo de naipes). Todos estos cuadros tienen algo en común, todos tienen niños que juegan y miran, en espera de que las cartas caigan.
Es impresionante ver la cantidad de maniobras y estrategias políticas que muestra esta serie, cuyos episodios responden a un argumento de ficción, aunque con un preocupante parecido con la vida real. Un ejemplo de ello es el trabajo de los “influencer” o influenciadores para implantar corrientes de opinión a través de las redes sociales y de los medios tradicionales, televisión y radio, para crear animosidad contra un determinado personaje, mediante informaciones que son inventadas y por lo tanto falsas, en un cuadro de problemas reales.
Como lo dice el sentido común, la realidad supera a la ficción, por esto es necesario desarrollar la capacidad de crítica sobre lo que presentan las informaciones que vienen de fuentes oficiales, y que no necesariamente son verídicas. Sucedió esta semana con la Policía Nacional que, por un lado, habla de intercambio de disparos y de un civil muerto luego de que fuera conducido a un hospital, pero otra vez se pierde de vista este elemento crucial; las transmisiones en vivo a través de las redes sociales. Así fue y mucha gente lo ha visto ya en diversos sitios de internet, una ejecución a sangre fría, frente a niños inocentes, una ejecución extrajudicial, que solo hace más evidente la decadencia del Estado de Derecho.
Esta semana contaba el periodista Adalberto Grullón, en el programa de televisión Uno + Uno, que en su vida estudiantil -durante el gobierno de Jorge Blanco- los periodistas de los medios de la capital reportaron un incidente de protesta de trabajadores del Ingenio Catarey como un conato de atentado contra el entonces presidente, en 1983, cuando viajaba por la carretera hacia Santiago, pasando por Villa Altagracia, información que se encargó de desmentir, porque él fue testigo del hecho desde el otro lado de la acera, desde la calle, donde se encontraba la acción. Trabajaba como corresponsal para El Nuevo Diario y dijo que ni en el periódico le creían, y que la noticia había logrado su propósito: confundir. Esto indica que las noticias falsas no son un fenómeno de esta época ni una consecuencia del desarrollo tecnológico.
Es un desafío para las empresas, para los políticos y para la ciudadanía que intentan preservar su credibilidad, ante todo, por la cantidad de exposición pública a que están expuestos, y los mueve también a ser cuidadosos a la hora de informar si intentan hacer vida pública. He escuchado decir a muchos campesinos y gente común: “lo que no quieras que se sepa, no lo hagas”. Hoy esto es más cierto que nunca.
Se trata de abordar la realidad como los niños de los cuadros mencionados en la citada serie, con una observación cuidadosa y esperar que las cartas, con las que otros juegan y deciden la suerte de las mayorías, caigan para ver el juego que esconden o el que los jugadores no quieren que se vea. Solamente con este ejercicio será posible distinguir la verdad de la mentira, diferenciar las palabras de los hechos, establecer la frontera que separa a la ficción de la dolorosa realidad.
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