Más estremecedoras no pudieron ser las imágenes que durante este fin de semana se pasearon por los que algunos llaman el quinto poder, donde una empleada dominicana (hoy se prefiere hablar del eufemismo "colaboradora")… bueno, "colaboró" (¡y de qué manera!) para que su jefe, un ciudadano chino, emprendiera un viaje sin retorno a mucho más de las ocho mil millas que separan a Beijing de Santo Domingo y que solemos llamar “eternidad”.
El video, donde se puede apreciar a la "colaboradora" actuar en una legítima defensa totalmente desproporcionada, se hizo tan viral como el covid-19 que hasta la fecha ha puesto también fin a la vida de más de seis millones de personas en esta tierra que, justo el viernes, conmemoraba su efemérides. Una pandemia cuya acta de nacimiento, presumiblemente, se corresponde con la nación que, en detrimento de Taiwán, ocupa desde 1971, uno de los cinco principales asientos del Consejo de Seguridad de la ONU.
En el video se puede ver, sin importar si usted tiene los ojos rasgados o no, que el chino (y no de Bonao), obviando la benevolencia y el amor al prójimo de Confucio, la emprende a patadas contra la humilde quisqueyana, de una manera tan indignante como desafiante y provocativa, episodio que nos evoca algunos pasajes de “El arte de la guerra”, de Sun Tzu. Ella contraataca con un arma blanca, un color muy distinto al negro de la suerte que podría correr cuando la alcance el brazo persecutor de la Justicia.
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Podemos colegir que el oriundo de la tierra donde en 1989 tembló la Plaza de Tianenmen con protestas y resultados igualmente funestos, aunque de mucho mayor dimensión, puso de relieve cierto nivel de arbitrariedad y un derroche insaciable de abuso de poder, posiblemente en una relación asimétrica propia de un contexto laboral muy común en nuestro país, donde las promesas de mejores condiciones por parte de tantos gerentes no son más que puros cuentos chinos.
Ella, a juzgar por la aparente naturalidad con que hizo colisionar el arma letal con las mismas vísceras de su agresor, parecería que, a lo largo de su proceso de socialización en sus grupos primarios, hizo de la violencia su modus operandi, tal vez como un mecanismo de supervivencia en un entorno donde los abusos a la integridad física de la mujer pululan tanto como los fracasados programas para reducirlos.
En cuanto a las motivaciones últimas que llevaron a nuestra compatriota a la comisión de tan espeluznante crimen, aún no las sabemos. Son muchas las especulaciones que se han vertido en esas redes sociales donde toda la crudeza y la violencia que vivimos como una espiral indetenible, queda enredada irremisiblemente entre los “likes”, los reenvíos y los comentarios con los que se amplifican las lastimosas ovaciones.
Una de las versiones más socorridas apunta a que la dantesca escena, donde el comerciante, cual Bruce Lee en una de sus más memorables escenas, se ensaña contra la dama en el contexto de un clima laboral muy enrarecido, no es fortuito, sino que el ejecutivo de la Ferretería Z y C, ubicada en la avenida que lleva el nombre del inmarcesible Patricio, acostumbraba, como parte de la cultura organizacional que allí reina, a ponérsela en China.
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