La relación comercial entre Haití y República Dominicana es prácticamente unilateral, con una balanza que nos favorece en una proporción de 98 a dos. Esto quiere decir que de cada 100 dólares que se comercializa entre las dos naciones, República Dominicana le vende 98 dólares a Haití y sólo le compra dos dólares a esa nación.
De hecho, aunque las exportaciones formales dominicanas se vienen reduciendo en los últimos años, todavía Haití es el segundo socio comercial más importante. Entre 2012 y 2014, el promedio anual de exportaciones locales hacia esta nación era de US$1,055 millones. Luego vienen bajando y actualmente, el promedio anual de la última década es de US$924 millones. Sin embargo, las importaciones desde esa nación, apenas promedian los US$19 millones anuales desde 2012 al 2020.
Por eso, se puede decir que, en términos económicos, el Gobierno dominicano hizo bien al reconsiderar su decisión de cierre de la frontera comercial con Haití, aun cuando existe una situación de inestabilidad de ese lado de la nación, agravada por el reciente asesinato de su presidente Jovenel Moise.
En las circunstancias actuales, el tema económico pasa a un segundo plano. El argumento del Gobierno para reabrir la frontera comercial es “razones humanitarias”, lo cual se explica en el hecho de que la limitación del acceso de los haitianos a suministros dominicanos puede ser más grave que no generar divisas con la venta de mercancías a esa nación.
El riesgo de perjuicio para los dominicanos podía venir por el desabastecimiento del lado haitiano. Una proporción importante de los alimentos básicos y de los productos no comestibles de primera necesidad que consumen los haitianos proviene de las ventas de los dominicanos en los mercados de Jimaní, Dajabón, Elías Piña y Pedernales, principalmente de los dos primeros.
Entonces, en una prolongada paralización del comercio fronterizo, pueden surgir presiones de los haitianos por venir a buscar mercancías, ya no por la crisis política allá, sino por la necesidad de acceso a alimentos que tradicionalmente nosotros les suplimos.
Es bueno recordar el período de 1991 a 1994 cuando el general haitiano Raoul Cédrás produjo un golpe de Estado en esa nación contra el presidente Jean Bertrand Aristide. La comunidad internacional decidió ponerle un bloqueo económico a Haití y República Dominicana también debía cumplirlo.
El presidente Joaquín Balaguer estaba permitiendo el intercambio comercial fronterizo, aun con el bloqueo, y pasaban camiones de mercancías, alimentos, combustibles y otros bienes hacia esa nación.
En una ocasión le preguntaron a Balaguer por qué permitía que se violara el bloqueo económico y su respuesta fue más o menos esta: “No podemos dejar que se mueran de hambre”. Balaguer sabía que en la medida en que aumentaran las necesidades de alimentos en Haití, la presión migratoria sería mayor sobre su vecino más cercano y único con frontera terrestre: República Dominicana.
Para evitar eso, el presidente dominicano prefería hacerse “de la vista gorda” con el bloqueo y permitía un intercambio comercial informal que evitaba la desesperación de los vecinos haitianos.
Ahora no hay un bloqueo económico internacional, sino la decisión atinada en principio del presidente Luis Abinader de cerrar la frontera con Haití. Pero ha reflexionado y decidido que el cierre debe ser migratorio, no comercial.
El cierre fronterizo de carácter migratorio, de seguridad y reforzamiento de la vigilancia es correcto, como también lo ha sido la decisión de reabrir el comercio. El intercambio o más bien, la venta de alimentos desde República Dominicana hacia Haití, debe seguir, porque eso evita mayores amenazas de presión social desde allá para acá.
Qué bueno. El presidente Abinader reflexionó sobre este punto, ordenando a su equipo de colaboradores abrir la frontera comercial con Haití sin afectar las demás medidas de seguridad fronteriza, a los fines de que los haitianos puedan comprar los alimentos y artículos de primera necesidad que requieran.
Esta vez, no se trata de garantizar remuneración económica a los exportadores dominicanos, sino de evitar que por necesidad, los haitianos comiencen a presionar aún más los límites fronterizos en procura del bien más preciado y de mayor motivación a los movimientos sociales con carácter violento: la comida. Es por razones humanitarias.
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