Nadie duda de las buenas intenciones del presidente Luis Abinader, de su deseo de hacer las cosas bien, de conducir el país por senderos de paz y de progreso, respetando la Constitución y las leyes, con apego a valores éticos y morales, combatiendo la corrupción, tanto pública como privada, por aquello de que no hay corrupto sin corruptor.
Luis Abinader es un buen presidente. Lo dice la mayoría del pueblo dominicano que ha visto como se ha entregado al trabajo, en cuerpo y alma, día y noche, durmiendo pocas horas, lo cual, pese a su relativa juventud, es un riesgo para su salud. El presidente no descansa. Y eso no es bueno. Pero los problemas que heredó al asumir el cargo, han sido demasiado. ¡Y hay que enfrentarlos seriamente!
El mandatario encontró una pandemia, una crisis económica que se agravó con la guerra de Rusia con Estados Unidos y la parte de Europa que integra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), organismo totalmente militar, que amenaza la paz mundial.
Y como si fuera poco, Abinader asumió el poder cuando el cáncer de la corrupción había hecho metástasis en casi todo el tejido social, incluyendo dentro de su propio partido. Había que hacer una cirugía radicar, buscar a los oncólogos más prestigiosos y capaces para hacer una cirugía para tratar de extirpar el tumor. Y al parecer no los encontró. O no los ha encontrado.
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Considero que en estos momentos el principal problema del país es Haití por razones de seguridad nacional. Pero en el plano estrictamente interno el principal problema del país es la corrupción. Más que la pandemia, más que la crisis económica, más que la guerra que amenaza el mundo. Cuando se llega al poder mediante elecciones, la Constitución y las leyes se convierten en un obstáculo. Ya lo decía Pepe Mujica: cada vez que intentaba hacer cambios profundos, la Constitución o las leyes, se lo prohibían. Los cambios radicales, extirpar el tumor cancerígeno no es posible mediante elecciones.
Para sanar una sociedad enferma como la nuestra se necesita del empoderamiento del pueblo a través de sus organizaciones más representativas y dispuestas a luchar por un país más democrático, plural y equitativo. El Estado dominicano está concebido y estructurado para la corrupción y la impunidad.
Un hombre solo o mal acompañado, por bien intencionado y dispuesto que esté, no puede librar una batalla contra la corrupción cuando todas las instituciones del Estado están permeadas por ese flagelo. Luis necesita la ayuda de muchos, del pueblo, de su partido y de sus funcionarios, que no parecen darse cuenta de la honestidad de su presidente.
Luis Abinader no puede seguir enfrentando los molinos de viento que lo acosan constantemente para impedirle hacer una gestión gubernamental ejemplar, que marque un antes y un después para que a los dominicanos no se le ocurra mirar hacia atrás, porque el pasado es atraso, es corrupción, es narcotráfico, es el bajo mundo, es el gansterismo político elevado a la décima potencia. Pero precisa de la colaboración de todos sus funcionarios, trabajar con ahínco, transparencia y honestidad como él viene haciéndolo desde que llegó al Palacio Nacional.
Los funcionarios “tienen que ponerse las pilas”, entregarse por completo al gobierno, hacerse compromisarios con los propósitos del presidente, marchar a su ritmo, no quedarse rezagados como lo están haciendo. El presidente va rápido porque sabe el valor del tiempo en el gobierno, pero la mayoría de sus funcionarios parecen de gasoil. Muchos parecen tener agendas políticas y económicas personales. Esos deben ser apartados del tren gubernamental.
El presidente precisa igualmente de la unidad y disciplina del Partido Revolucionario Moderno. Abinader debe dedicarle más tiempo a su organización. El PRM es el brazo político del gobierno. Los problemas con las bases y la dirección media tienen que resolverse en lo que resta del año. Un presidente sin partido es un presidente débil. Un gobierno sin un brazo político bien estructurado, bien organizado y disciplinado, con una línea estratégica bien elaborada, es igualmente débil, que cualquier viento huracanado se lo lleva.
Ayudar al presidente Abinader a gobernar es contribuir con el avance y desarrollo del país, es convencer al pueblo de no mirar hacia atrás para darle cuatro años más a partir del 2024.
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