Por: Javier Castro Bugarín
Más de 200 millones de cámaras de videovigilancia, una amplia red de espías y el dominio total del ciberespacio son algunos de los ingredientes usados desde hace años por el Gobierno chino para mantener controlada a su población.
La China de hoy no guarda gran parecido con la que vivió las protestas de Tian’anmen de 1989, con un control sobre la ciudadanía que por aquel entonces era "mucho más laxo" que el actual, señala Víctor Shih, experto en China de la Universidad de California.
"Debido a las tendencias liberales de los líderes chinos, en los 80 existía una relativa libertad a la hora de ensalzar los méritos de la democracia occidental frente a la dictadura socialista, por ejemplo. Hoy en día eso es inimaginable", subraya a Efe el profesor.
El gran responsable de esta situación es el actual presidente y secretario general del Partido Comunista chino (PCCh), Xi Jinping, que desde su llegada a la presidencia en 2013 no sólo ha eliminado toda oposición interna dentro del partido, sino que también ha incrementado el dominio del Gobierno sobre los ciudadanos.
Así, lejos de conformarse con las herramientas de control tradicionales (propaganda, medios de comunicación o educación), Pekín ha desarrollado bajo la batuta de Xi una suerte de autoritarismo tecnológico, principalmente a través de dos elementos: internet y la vigilancia urbana.
Desde que el país asiático estableciera su primera conexión en 1994, el PCCh ha cambiado radicalmente su percepción sobre el ciberespacio, pasando de verlo como una oportunidad de crecimiento económico a considerarlo un desafío a su propia legitimidad.
"El internet chino fue diseñado para que las autoridades fuesen capaces de controlarlo", dice a Efe Séverine Arsène, experta en ciberseguridad de China de la Universidad de Hong Kong.
Ese viraje, de un internet sin límites a una censura cuasi obsesiva, no se produjo de la noche a la mañana. La construcción del 'Gran Cortafuegos' chino, operativo desde 2006, fue el preludio de un dominio que ha crecido de manera imparable bajo el mandato de Xi.
Sitios web como Google, Facebook y Twitter están censurados en el país asiático, mientras que desde 2017 todas las plataformas en línea – como blogs, foros y aplicaciones – deben pasar por un consejo editorial del PCCh.
Asimismo, los debates en redes sociales están estrictamente controlados por el Gobierno y sus operadoras, como Tencent y Baidu, que no vacilan en borrar cualquier perfil o contenido controvertidos, como evidencian los 24,7 millones de mensajes eliminados y las 3,6 millones de cuentas cerradas en lo que va de año.
También se han aprobado normativas que exigen a los usuarios registrarse con sus nombres reales en multitud de plataformas, al tiempo que los administradores de los grupos de WeChat, el equivalente local de WhatsApp, son responsables legales de lo que se escriba en sus chats.
La población capea el temporal como puede: bien haciéndose con una red virtual privada o VPN -algo cada vez más común-, bien recurriendo a homófonos o eufemismos para hablar de los temas más sensibles en la red.
"Los chinos tienen muchas formas de expresarse sin ser bloqueados. Todos son conscientes de la existencia de una luz roja, a partir de la cual saben qué pueden decir y qué no", subraya Arsène.
En paralelo al control de las redes corre la vigilancia en las calles, gracias a las más de 200 millones de cámaras de seguridad, una por cada siete chinos, que el Gobierno tiene instaladas en casi todas las ciudades el país.
El objetivo es superar los 300 millones de dispositivos de videovigilancia antes de 2020, en aras de consolidar una red que, valiéndose de la inteligencia artificial y del 'big data', pueda identificar y construir un perfil digital de cada transeúnte.
Un campo de pruebas predilecto para este tipo de tecnología se encuentra en la provincia noroccidental de Xinjiang, en donde se estima que más de un millón de musulmanes de etnia uigur se encuentran recluidos en "centros de reeducación", tal y como los define el Gobierno chino.
En esa zona, las autoridades utilizan no sólo la más avanzada tecnología de reconocimiento facial, sino también el análisis de datos personales para "vigilar y hacer seguimiento", tal y como denuncia la organización defensora de los derechos humanos Human Rights Watch.
No menos relevante es la amplia "red de espías" que, según el profesor Shih, también ha tenido "un papel importante en la prevención de cualquier movimiento disidente" dentro del gigante asiático desde hace veinte años.
Ejemplo de ese nuevo ecosistema de vigilancia es la propia universidad china, en donde el PCCh "recluta estudiantes para espiar a otros estudiantes", hasta el punto de que "cada grupo de debate que exista en la universidad contará con al menos un espía".
"Existen millones de espías en China, que, además de notificar cualquier comportamiento inusual en las redes, también ejercen una vigilancia total sobre las personas, sobre todo en aquellos grupos de población sensibles, como los trabajadores inmigrantes o los estudiantes", destaca el profesor.