Así era mi padre. Diálogo reiterativo con mis hijos

viernes 26 julio , 2024

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Esteban Delgado | Foto: Kelvin de la Cruz

Cada vez que se acerca el Día de los Padres o el aniversario de partida a destiempo de mi progenitor, aumenta mi pensamiento en él, específicamente en sus enseñanzas; y en algunas de esas ocasiones me motivo a compartir con ustedes, amables lectores, parte de las tantas cosas que aprendí de él y que, en gran medida, moldearon a la persona que soy ahora.

José Antonio, mejor dicho, René, como le llamaban sus hermanos, murió a la temprana edad de 47 años, cuando yo no había cumplido los 15. Por eso, no conoció a sus nietos. Uno de ellos, mi hijo mayor, volvió a motivarme a hablar de él cuando reiteró la pregunta que tantas veces me ha hecho cuando quiere ponerme el tema: ¿cómo era mi abuelito?

Entonces comencé a decirle: mi padre, que es tu abuelo, aunque no esté, es el clásico y ahora escaso papá consejero. Siempre tenía alguna anécdota para explicar situaciones que te motivaran a pensar bien antes de tomar alguna decisión.

Era aquel que cuando te enviaba a la escuela y retornabas diciendo que no había clases, tenías que regresar con un papel escrito por el profesor donde confirmara que, ciertamente, se había suspendido la docencia.

No acostumbraba a dar pelas, pero las daba cuando se hacía estrictamente necesario. Siempre se ocupaba de explicar la razón del castigo antes de aplicarlo y luego, después de cumplida y sufrida la lección, volvía a sentarnos para reiterar las razones que le motivaron y lo que debíamos hacer en lo adelante para evitar situaciones incorrectas.

El viejo René, aunque no era viejo nada, nunca nos permitió amanecer en casa de algún amiguito. Si teníamos que juntarnos con compañeros de la escuela para hacer tareas en conjunto, debía ser en nuestra casa o, de lo contrario, teníamos que hacer nuestros deberes escolares solos.

Nunca faltó a una reunión de padres en la escuela y siempre dio prioridad a asegurarse de que tuviéramos cero ausencias y de que no se registraran atrasos en el pago de la mensualidad. Ese compromiso era para él una verdadera prioridad.

Tenía un elevado y hasta exagerado sentido de la honestidad. Bajo ninguna circunstancia aceptaba dinero de más, aunque así lo dispusiera su dueño. Recuerdo que en una ocasión uno de los vecinos le regaló 25 centavos a mi hermano mayor, a quien le había pedido hacerle un mandado. Cuando llegó a casa con ese dinero, mi padre se devolvió con mi hermano a casa del vecino para confirmar si ciertamente se trataba de una gratificación por el servicio prestado. En todo caso, le dijo al vecino que la próxima vez que necesite de uno de sus hijos, solo debe decírselo, pero que no sería necesario gratificarlo por el favor a realizar.

En las pocas ocasiones que nos daba permiso para ir a alguna fiesta o actividad, luego de mucha insistencia, teníamos establecida la hora de regreso y no podíamos pasarnos, ni mucho menos desviarnos a realizar algún movimiento distinto al que previamente se nos autorizó.

Las peleas entre amigos eran prohibidas y todos los juegos debían ser “de mentira”, es decir, sin ningún tipo de apuestas, no solo de dinero; tampoco de artículos tan sencillos como canicas o bolas, como le decíamos en la infancia. Las apuestas, aunque no fueran de dinero, estaban prohibidas.

Aprendí de mi padre que los varones teníamos prohibido golpear a las hembras. Incluso, si una de nuestras hermanas nos agredía, no podíamos responder igual. Teníamos que quejarnos con él y siempre nos decía: “si es ella que le da a usted, pues tendrá que quedarse dao”; en referencia a que no podías responder igual.

Así fue como nos educó, en medio de la violencia e inseguridad de un barrio marginado, en donde lo más fácil era desviarse del camino; pero con él eso no era posible. Cada sábado había que ir al catecismo en la iglesia y el domingo a misa, sin falta ni excusas.

Como no faltaba a las reuniones de padres en la escuela, siempre sabía cuándo era la época de exámenes y para tales fines nos establecía horarios de estudio. “Así era tu abuelito”. Le dije a mi hijo, a lo que él, para terminar la conversación, respondió: “Muy parecido a usted, papi”.

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Esteban Delgado

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