Todos vivimos expuestos, de una manera u otra, a ser víctimas de un secuestro. Naturalmente, el nivel de riesgo está en función de múltiples variables, incluyendo no solo el clima de seguridad pública, sino también la vulnerabilidad asociada a las diferencias individuales y de los distintos grupos, así como también las previsiones particulares que se puedan tomar como una manera de resguardar nuestra integridad y la vida misma.
Los objetivos de un secuestro varían en función de los intereses de los perpetradores. En ese sentido, podríamos establecer el lucro como uno de los más frecuentes, aunque también hemos sido testigos de múltiples cautiverios que tienen lugar por razones políticas, ideológicas, de explotación sexual y hasta familiares, entre otras.
Es frecuente que se establezca una línea de comunicación y diálogo con los secuestradores, lo cual constituye una verdadera negociación, ya que el secuestrado es un preciado “bien” que se encuentra ahora en posesión de un “vendedor” (secuestrador) mientras, al otro lado, hay un “comprador” (familia, por ejemplo) desplegando sus mayores esfuerzos para “obtenerlo” (recuperarlo).
En virtud de la relevancia que reviste el proceso y el impacto que pueda tener en los resultados, la persona que esté a cargo o negociador deberá reunir una serie de competencias de personalidad, emocionales y de comunicación asertiva que podrían ser la clave del éxito.
En ese orden, la premisa básica que debe dejar establecida a la otra parte es su voluntad sincera y transparente de negociar. Además, considerando que la negociación de rehenes implica situaciones de tantos desafíos en el orden emocional, el negociador debe gozar de mucha seguridad, firmeza y autocontrol, lo cual le permitirá evitar reacciones impulsivas y permanecer relajado en todo momento.
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La capacidad de persuasión y creatividad le facilitará generar confianza y lograr concesiones por parte de los secuestradores. Sin embargo, también debe escucharles de manera activa, demostrando alto interés, minimizando las interrupciones y permitiendo que se expresen libremente.
Un tono de voz que transmita amabilidad, cortesía y afinidad ayudará a propiciar los niveles de empatía tan necesarios para establecer la conexión emocional necesaria con fines de crear un clima de apertura y colaboración, y dejar meridianamente establecido que su interés no es la confrontación.
Preguntar a la otra parte de qué manera sus demandas podrían ser satisfechas en lugar de exagerar las propuestas que demanden respuestas positivas, genera a aquélla una actitud de autoafirmación, fundamental para lubricar el camino hacia un acuerdo satisfactorio, ya que, cuando las personas sienten que tienen el control de la situación, aumentan las probabilidades de que colaboren.
Como en cualquier otra situación de conflicto, en la toma de rehenes el éxito del negociador descansa sobre estos pilares, sin detrimento de la no menos importante influencia que ejerce la propia víctima en las decisiones que tomen los secuestradores, entre otros factores.
Se trata, pues, de distender la tensión natural de estos eventos y generar la certeza en la otra parte de que no se pretende librar una batalla contra ella, sino, más bien, propiciar un acercamiento “amistoso”, donde sea factible diferir de la manera más “agradable” posible. Recordemos que la vida de la víctima está en juego. Salvarla debe ser el primer objetivo.
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